Cada vez que un hombre (o mujer, tranquila) sonríe, una pizca de su credibilidad se desmorona. Sus intenciones lucen un pelín más oscuras y en definitiva su prisma es más yupi y más desenfocado.
La risa es provocadora, provinciana y hace de la muerte un chiste.
El llanto es solemne, moldea la expresión avinagrada y garaniza el éxito. En el cara a cara el serio impone, y el risueño cae. El ciezo vende y el bromista se prostituye.
La seriedad con buen humor no está hecha para la boca del asno.
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