Aquí andamos a la gresca a ver si somos capaces de aceptar y de aceptarnos, y mientras elucubramos y tememos a lo consuetudinario del asunto de marras, yo sigo diciendo que soy feliz, principalmente porque no tengo motivos para abandonarme a mi suerte en una cuneta ni para vender mi sonrisa al mejor postor.
Inmerso en la cultura del parche y la herida, intento instaurar la idea de que las heridas hay que curarlas cuando salgan y el parche (puto parche) hay que mantenerlo guardadito para que no nos impida disfrutar de la carrera sin saber si nos caeremos o no. No temo a la herida, ya que ésta nos libera y de regalo nos deja una cicatriz, señal de la que siempre he sido amigo y más, mucho más, en este caso.
Imagino que no os estaréis enterando de nada, pero creedme, si concretara más perdería toda la gracia, además de que no podríais adaptar mi sapiencia a vuestra experiencia y viceversa, amén de que los últimos serían los primeros y no está el patio para tal.
Aquí y ahora, solo quiero apretar una espalda.
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