Has sobrevivido a todo y a todos.
Han sido muchas las que han querido emularte, las que sin poder o sin llegar intentaron quitarte tu sitio y muchas las que perseguidas por mí, ciego de ambición, han dado con mis dientes en el suelo tras los más absurdos apretones que tanto desgastan, como en un principio nos desgastamos tú y yo de tanto oirnos.
Pero pasan los años, pasan las innovaciones y la pureza sigue siendo la tuya. Es escucharte y la piel se eriza, se rememoran las miles de tardes de tu casa o de la mía en las que sonabas tú y nadie más que tú, en las que nos escapabamos del mundo para bucear en tus pellejos y dibujar todas las poses.
Pasó el tiempo y por ley de vida comprendimos que tu santuario debía hacerle hueco a más visitantes, incluso cuidadores y, por qué no, había que entender que el 20-80 era lo máximo a lo que podíamos aspirar para que fueran el resto los que llevasen el peso de la vida para tú tener sólo que empujarla. Los demás la sostienen, tú le das sentido. Porque el pan es el que mantiene, y las delicatessen las que entretienen.
Mi música. Mi musa.
Mi música. Mi musa.
Salud, Fuerza y Vigor.
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